No soporto la idea de pensar que nuestro planeta cobija a tanta gente incapaz de ver más allá de sus propios intereses. "Venimos al mundo sólo para comprar y vender", es una de las frases tan absurdas que todavía repican en algún sitio oscuro de mi memoria.
Como si la vida fuera rentada o hipotecada para ser escenario de puras transacciones hipócritas. Como si toda acción humana tuviese precio o valor adquisitivo. Como si un amistoso saludo no sea nada más que un disfraz de la fórmula AIDA (atención, interés, deseo, acción) para intentar persuadir a los demás.
Entonces surge en mí el atrevimiento de preguntar a esas personas: ya que para ustedes todo se mueve dentro de la rueda de producción, venta y consumo; ¿qué hay de la familia?, ¿cuánto dinero cuesta? ¿Cuánto pagan por recibir y dar amor? ¿Cuál es el IVA de su amistad? ¿Qué porcentaje de interés produce un favor mensual? ¿ACASO TODO ESTO SE CIÑE A UN PRECIO? Para mí y para la gran mayoría de los que leen estas palabras a granel no es así.
Quizá no haya forma de convencerlos del verdadero sentido de la vida. Me da tristeza saber que para algunos todo se limite a la efímera idea de NACER, COMPRAR, VENDER, SEGUIR COMPRANDO Y MORIR. Somos más valiosos de lo que piensan para convertirnos en esclavos de un trozo de papel generalmente verde.
Me da pena que no conozcan la belleza y el VALOR de la existencia. No vivimos sólo para cumplir la tonta teoría de la oferta y la demanda, sino para dar y recibir. Pero no bienes y servicios, sino cosas más inmortales y duraderas que las encontrarán en la receta de cómo amasar el corazón.
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